12 atajos mentales que pueden ayudarnos a escoger nuestro voto en las elecciones de mañana

Mañana domingo 10 de noviembre, estamos de nuevo llamados a ejercer nuestro derecho al voto. Una vez más, los españoles estamos asistiendo a una campaña electoral de la que debemos sacar nuestras propias conclusiones y tomar una decisión. ¿Quién se merece nuestro voto? Para llegar a una respuesta, es preciso conocer cómo las personas tomamos decisiones.

Cuando nuestro cerebro se ve arrollado por una cantidad de información considerable y a veces discordante, como puede ser en una campaña electoral, nuestra mente puede llegar a sufrir una especie de bloqueo, y tomar decisiones utilizando atajos, o heurísticos*.

*Un heurístico, en psicología, es un camino más rápido (una especie de agujero de gusano ;)) que las personas usamos a la hora de tomar decisiones. Como consecuencia, ahorramos en recursos mentales.

Sin embargo, la probabilidad de fallar es también alta. Para entenderlo mejor, pondré un ejemplo. Un estereotipo podría ser considerado un heurístico. La frase “Todos los franceses son románticos” no es más que un atajo mental que está basado en un eslogan publicitario: París es la ciudad del amor.

Por tanto, es fácil pensar que, en unas elecciones, donde por norma, las personas reciben una cantidad de información inconmensurable, pueda ocurrir que votemos utilizando algún “atajo mental”.

¿Qué atajos mentales podrían ser utilizados por nuestro cerebro el 10 de noviembre?

– La familiaridad: Repetir el nombre del candidato o candidata una y otra vez, o empapelar las calles con la foto del aspirante tienen un por qué. Las personas solemos preferir aquello que nos resulta más familiar. Aquello que ya conocemos. Incluso aunque no nos haya ido del todo bien, lo preferimos al riesgo. El refranero popular está lleno de consejos que favorecen a lo que ya es costumbre: Más vale malo conocido, que bueno por conocer. De hecho en los últimos años, los medios de comunicación han hecho hincapié en este aspecto, publicando en cada campaña la clasificación de los candidatos a la presidencia más o menos conocidos.

– La semejanza: Los votantes se inclinan más por los candidatos percibidos como más parecidos a ellos. Si el candidato es apreciado como alguien afín o similar a uno mismo, es más sencillo que creamos que puede entender mejor las circunstancias que nos rodean. Si uno de los candidatos ha estado, por ejemplo, en el paro, una persona desempleada puede sentirse mejor representada, y puede que prefiera votarle a él, antes que a otro que nunca se ha visto en esa situación.

– La asociación: Tendemos a pensar que si, por ejemplo, un profesional al que no conocemos trabaja con otro al que consideramos un excelente trabajador, el primero también lo será. Por esto es importante que el candidato o candidata se rodee de personas o circunstancias que los votantes consideren positivas, en función de los valores que la sociedad considera como deseables. Teniendo en cuenta esto, podemos asociar el nombre de un candidato con circunstancias negativas (corrupción, crisis, malversación…), o con coyunturas que puedan ser entendidas como positivas (rol familiar, visitas a centros de mayores, labores sociales…).

– El atractivo físico: Pues sí. Uno de los sesgos más clásicos y conocidos en psicología es el Efecto Halo. Consiste en que tendemos a atribuir características deseadas a una persona a partir de otra particularidad positiva. Está comprobado que, si por ejemplo, alguien es considerado atractivo físicamente, tendemos a concederle, así, sin más, una serie de atributos positivos, como que sea una persona inteligente, agradable, sensible… sin necesariamente haber comprobado o no si los posee. Es por esto que los partidos políticos consideran tan importante cuidar el aspecto físico del candidato o candidata, dedicando horas de esfuerzo a analizar el atuendo o color de pelo del aspirante.

– La simpatía: Ya sabéis: Más vale caer en gracia que ser gracioso. Las personas tendemos a estar más dispuestas a hacer más concesiones a aquellos que nos resultan más agradables que a los que no. Pero es difícil saber si alguien es simpático o no si no le tratamos personalmente. Los candidatos tratan de trabajarse esa simpatía intentando “estar presentes”. La ubicuidad se convierte en el objetivo principal en campaña: Estar en cenas, encuentros con empresarios, entierros, festejos, inauguraciones…. con la mejor actitud posible es una forma de generar simpatía.

– La conformidad social: Si todo el mundo le vota, es por algo. Copiar la conducta de otros es el atajo más corto de todos. Tendemos a pensar que si la mayoría de las personas lleva a cabo una conducta, es porque está bien, porque es la correcta.

– La disconformidad social: Efectivamente, también lo contrario a lo anterior puede ser un atajo mental a la hora de votar. Cada vez surgen más votantes que debido a su descontento, valoran cada vez más al candidato que “dice las cosas por su nombre, y no se anda con medias tintas”. Si nos fijamos, en los últimos años han ido surgiendo perfiles de candidatos locuaces, atrevidos, y sin pelos en la lengua. En el panorama internacional podemos destacar a Donald Trump, apreciado precisamente por la aparente sintonía con la que conecta con la masa de la población norteamericana.

– La resistencia al cambio: Parece que una vez que las personas establecen una “relación” con una idea política, esos individuos tienden a mostrar su apoyo a ese partido en otras ideas. Y aunque otros grupos pueden plantear las mismas cuestiones, no existe una disposición a darles una oportunidad. Además, el cambio de opinión es penalizado por la sociedad. Si tú has manifestado públicamente una idea, cambiarla puede ser visto como inestabilidad o poco compromiso.

– La indefensión aprendida: Este concepto, acuñado por el psicólogo Martin Seligman, hace referencia a que la persona (en este caso, el votante) ha «aprendido» a comportarse de forma pasiva, entendiendo que: Haga lo que haga, no puedo cambiar las cosas. Además, si esto se junta con la sensación de que el propio voto no conseguirá un resultado significativo por sí mismo, es decir, que vale muy poco, el votante dedicará muy poco esfuerzo tomar una decisión.

– El efecto “Band-wagon”: O subirse al carro del partido ganador. Este efecto es habitual también en el ámbito deportivo. A todos nos gusta sentir que estamos del lado “del que gana”, porque nos da la sensación de que hemos acertado, de que el resto del mundo nos da la razón. Esta sensación, actúa como refuerzo positivo. Por este efecto, tendemos a imitar el voto de otros. Sobre todo de aquellos a los que valoramos en función de algún atributo en particular.

– Tener poco tiempo: Muchas personas dedican poco tiempo a pensar sobre la cuestión política. Tendemos por tanto a votar emocionalmente. A regirnos por la emoción. Muchos partidos incluyen en sus eslóganes palabras que inciten al tiempo, apelando a la urgencia. Por ejemplo, el uso del ¡Ahora –tu ciudad-!, en exclamaciones, favorece más las decisiones basadas en la emoción frente a la razón.

– El fenómeno de la espiral del silencio. Este fenómeno puede describir el vuelco en las encuestas de última hora. Descrito por la politóloga Noelle-Neumann, intenta explicar el voto indeciso, que apuesta por un partido y no por otro en el último momento. Noelle-Neumann postula que a las personas no les gusta sentirse diferentes, ya eso puede llevarlas a sentirse rechazadas. Es por esto, que, a la hora de reafirmarse en una idea, o en este caso, en una decisión de voto, se sumarán a la opción que sea la mayoritaria. Noelle-Neumann señala que “es probable que los que tengan menos confianza en sí mismos y menos interés por la política cambien su voto en el último minuto”.

Todos estos factores pueden estar explicando el voto de una persona, de una sociedad, de tu voto. Sin embargo, ya se ha comentado que el índice de equivocación promovido por el atajo mental es alto. Quizás si somos más conscientes de cómo votamos, votemos más, y votemos mejor.

Que tus decisiones sean un reflejo de tus esperanzas, no de tus miedos.

Nelson Mandela