Con el paso de los años, desgraciadamente (si, desgraciadamente), nos hemos convertido en personas multitarea. En vez de evolucionar a ser capaces de priorizar actividades para organizarnos en su realización, hemos desarrollado la pericia de hacer varias cosas a la vez, con la desventaja consecuente de no hacerlas bien del todo. De hecho, en este estudio, investigadores de la Universidad de Stanford demostraron que las personas que hacen muchas cosas a la vez no tienen mayores capacidades, sino que rinden mucho menos (http://news.stanford.edu/2009/08/24/multitask-research-study-082409/)
La alimentación fue una de las primeras cosas que sacrificamos. En algún momento creímos que no era necesaria demasiada capacidad cognitiva para realizar una actividad como comer, y empezamos a llevarla a cabo a la vez que trabajamos, conducimos, vemos la TV… sin darnos cuenta de lo perjudicial que es para nuestra salud.
En primer lugar debemos hacernos la pregunta: ¿Por qué comemos?
Salvando la respuesta más evidente, que es para mantenernos con vida, creo que la mayor parte de los que pueden estar leyendo esta entrada saben que no siempre comemos por hambre. ¿Quién no ha comido alguna vez sin apetito, sólo por que comenzaba su serie favorita y quería acompañarla con algo delicioso?, o quizás… ¿quién no ha abierto la nevera buscando algo que comer sin saber muy bien por qué? En los países del primer mundo hemos establecido una relación emocional con la comida, de forma que ya no sólo sirve para nutrirnos, sino para ayudarnos a sentirnos mejor… o peor. Hay personas que comen por aburrimiento, por alegría, por tristeza, por estrés, por ansiedad… y no necesariamente por la necesidad fisiológica de mantenernos con vida y sanos.
Segunda pregunta: ¿Cómo y cuándo comemos?
La vida multitarea que llevamos, siempre con prisas, y con el poco tiempo que reservamos para avituallarnos, la comida se convierte en una tarea a veces difícil. Entonces, sin darnos cuenta, comenzamos a comer de forma inconsciente: Comer mientras trabajamos, comer mientras leemos el periódico, comer mientras nos trasladamos de un lugar a otro, comer mientras escribimos un artículo… 😉
A esto le llamo de manera informal “comer como un pavo”. Engullimos, sin ser conscientes de los olores, sabores, y ni siquiera masticando lo necesario para ayudar a nuestro sistema digestivo. Entonces comemos más y peor. Como si fuera un trámite. Sin disfrutarlo. Y tiene consecuencias: Este artículo (http://amj.aom.org/content/57/2/405.abstract) concluye que comer en el trabajo puede traer como consecuencia una disminución en el rendimiento intelectual, por no ahondar en las molestias gastrointestinales y en el aumento de peso, también efectos de este mal hábito.
Inteligencia emocional llevada a la alimentación
- Cuando te dispongas a comer, sólo come. No hagas nada más. Sé consciente del olor, del sabor del alimento, de la textura, del color… Puede ayudarte verbalizar internamente todas estas respuestas. Así, te obligas necesariamente a ir más despacio.
- Mastica cada bocado. En función de la consistencia del alimento, necesitarás más o menos movimientos, pero hazlo. Mastica. Con calma. Conscientemente.
- Dedica y reserva un tiempo exclusivo para esta actividad. Quizás puedas organizar tu trabajo de modo que dediques un momento a comer sentado y con cierta calma. Es preferible que dediques aunque sean 10 minutos a sentarte y alimentarte conscientemente, que 20 minutos trabajando a la vez. Recuerda: No hay beneficios significativos en la multitarea.
- Cuando sientas la necesidad de ingerir algo, tómate un instante para pensar por qué vas a comer. ¿Realmente tienes hambre, o vas a la despensa porque estás, por ejemplo aburrido, triste o enfadado?
- Lleva un registro de lo que comes, y de aquella necesidad que te llevó a comer (hambre, ansiedad, tristeza…). Los autorregistros son maravillosos. Llevan trabajo, pero son efectivos. Ver plasmado en un papel todas aquellas comidas que has venido realizando en la semana nos ayuda automáticamente a detectar posibles errores en nuestros hábitos.
La comida que comes puede ser la más poderosa forma de medicina o la forma más lenta de veneno
Ann Wigmore