Todavía me siguen emocionando esas parejas formadas por personas de mediana edad, o incluso de la tercera edad que pasean por la calle cogidas de la mano. Me provocan emociones positivas y sí, de admiración, por haber sabido solucionar las diferencias que indudablemente han tenido a lo largo de su vida.
Si preguntamos a alguien por el amor, es probable que en su respuesta dedique más tiempo a hablar de lo complicado que es, que de lo maravilloso que es. Incluso puede que lo describa utilizando una historia de desamor. El amor mueve emociones, agita sentimientos, revuelve pasiones… Gran parte de nuestra oferta cultural presentada en forma de canciones, obras cinematográficas, literarias, dramáticas u otras artes escénicas gira en torno al amor, y se ha encargado de formar parte (afortunadamente o no) de nuestra educación emocional con respecto al querer y sus consecuencias.
El dicho, ¿o mito? de la “media naranja” sigue pesando mucho en las mentes de las personas en la sociedad que nos hemos creado. ¿Nos hemos creído eso de que una persona perfecta para nosotros está en algún lugar esperándonos? Hoy mismo he escuchado esta frase en boca de una persona. Quizás una de las consecuencias más peligrosas de esta creencia sea que idealicemos el amor de tal forma que nunca sea suficiente. De que nunca nos sintamos suficientemente queridos o satisfechos con nuestras parejas. Sí es necesario resaltar que no debemos conformarnos con relaciones que no nos hacen felices, pero incluso esos vínculos pasados, esa historia que no pudo ser, dice mucho de nosotros mismos.
La mitología amorosa nace y crece en base a una serie de creencias erróneas de las que ya escribí hace un tiempo, y que sientan los cimientos de una serie de ideales poéticos donde la tiranía de la no aceptación de la imperfección de los demás hace difícil las relaciones con otras personas. El efecto que esto genera en los miembros de la pareja es el de una infinidad de “debería” cuando se traslada a la vida real y al día a día. Las personas dejan de centrarse en todo lo bueno que tienen juntos, y comienzan a compararse con lo que ellas creen tándems perfectos (la pareja de la mesa de al lado, el matrimonio de la película del viernes, o las fotos de facebook de nuestros vecinos), exigiendo cada vez más que el otro cambie, y consecuentemente sintiéndose insatisfecho al no conseguirlo.
Debemos dar gracias a las historias de amor que no han salido bien. Las relaciones de pareja, las decepciones, que hemos dejado atrás han servido para saber lo que no queremos, han servido para aprender de nosotros mismos y también de los demás. Han servido para aprender de los errores, y para aprender a perdonar a otros… y también a nosotros mismos.
Aprender a aceptar la imperfección de nuestra pareja… aprender a aceptar nuestra propia imperfección… es la clave para empezar a disfrutar de esos defectos que inevitablemente se darán en nuestra relación. Es posible que esa pareja de 70 años que esta mañana subía la escalera delante de mí nos cuente que su secreto es ese: Aceptar que ni él ni ella son perfectos.