No sabemos hablar de la muerte. Es más, no queremos hacerlo. Es un tema tan doloroso y tan peliagudo que preferimos no pensar en ello. Sin querer, nos vamos introduciendo en una burbuja donde pensamos que si no hablamos de algo, no va a ocurrir. Sin embargo, es una parte importante de la vida, e inevitablemente en algún momento del ciclo vital, deberemos enfrentarnos a ella. Y si a los adultos nos cuesta hablar de la muerte, hacerlo con un niño se vuelve en un “más difícil todavía”.
Y yo lo entiendo. Porque aparte de ser psicóloga, también soy hija, hermana o pareja… y lo último que pretendo es hacer daño a los míos. Todo lo contrario. Quiero protegerles, cuidarles y verles felices. Y que si en algún momento sienten dolor, que sea durante el mínimo tiempo posible. Por eso entiendo a los padres que intentan proteger a sus hijos del dolor de comunicar una muerte. Para ellos es un acto de amor. Temen hacerles daño. Y de repente, se encuentran contándoles que el perro se escapó de casa un día, o que el abuelo se ha ido al cielo. Lo hacen para protegerles. Pero hay una alternativa mejor: Educarles emocionalmente.
Por este motivo, las entradas del blog de las próximas semanas irán encaminadas a ayudar a padres o profesionales a hablar de la muerte con los niños, a responder a preguntas que inevitablemente surgirán y que tanta inseguridad nos producen.
¿Hay que explicar la muerte a los niños o hay que evitar ese trago?
La respuesta es un rotundo sí. Hay que explicarla. ¿Por qué?
- Debemos decir la verdad a nuestros pequeños, porque así estaremos demostrando que pueden confiar en nosotros. En que les diremos la verdad, en que no les mentiremos. Quizás penséis que esto no es muy importante en ese instante de sus vidas, pero os aseguro que en algún momento esto se tornará relevante, sobre todo en la preadolescencia. Les estamos transmitiendo la importancia de decir la verdad.
- Hablando a los niños de la muerte les estamos demostrando respeto. Ellos también son familiares de la persona que se ha ido, y merecen una explicación, eso sí, adaptada a su edad y a su forma de entender el mundo. Sin embargo, esto no significa que debamos inventarnos historias o buscar metáforas. De hecho, decirle a un niño que su papá está durmiendo puede confundir al pequeño, o incluso llevarle a temer la hora del descanso nocturno.
- Mostrando emociones bien gestionadas nos hacemos más fuertes, y enseñamos a los niños que sentirnos tristes o llorar no es malo. Al contrario, es necesario. Acaba de fallecer un ser querido y una de las emociones más frecuentes es la tristeza. No hay ningún problema en que nos vean llorar. Tampoco lo hay cuando nos ven reír, ¿no es cierto?
- Debido a esa tristeza, algunos de los niños más pequeños pueden pensar que ellos han tenido algo que ver en nuestro estado de ánimo, o que han hecho algo mal. Aparece un sentimiento de culpa que puede ser evitado explicándoles por qué nos sentimos así. Para ellos será un alivio, ya que sabrán a qué achacar ciertos comportamientos. Y también para nosotros, ya que no será necesario estar fingiendo una emoción que no sentimos.
- Enseñamos educación emocional, y a la vez, a gestionarla bien. Y ya sabemos que la gestión adecuada de las emociones es una cualidad valiosísima en los tiempos que corren. Los pequeños deben aprender a identificar sus emociones, esto es, saber cuándo sienten tristeza, y cómo gestionarla adecuadamente. Queremos niños con inteligencia emocional. Pues debe comenzar en nuestro hogar.
Los matices, sin embargo, vendrán determinados por la edad del niño. No será lo mismo hablar con una persona de 13 años, que con otra de 7. En función de la edad del pequeño, debemos adaptar nuestro discurso con la intención de que nos entiendan. No hay que olvidar que el objetivo de la comunicación siempre es que se entienda el mensaje que queremos transmitir. Esta idea debemos tenerla igual de clara cuando hablamos con un menor.